Anoche soñé contigo



"...y no estaba durmiendo."
Kevin Johansen.


- Se suponía que esa bomba debía caer más allá, desgraciado - le gritó Tico a los demás - no aquí, mientras se esparcía el humo con las manos - Yo ni tengo como evitar las lágrimas. Y de repente se cayó al suelo. Yo, en medio de aquella algarabía, como si no supiese mucho, sopesaba terminarme el último cigarro que me quedaba, uno que había comprado suelto unas cuadras atrás, antes de que terminara de estallar todo. Sabía que no iba a conseguir otro de nuevo, en un buen rato, y el vicio es de esas cosas que se ocultan de último en los peores momentos. 

Igual cuando sentí que me tomaban por la espalda supe que estaba en problemas, lo peor del planeta es que a uno le pase una desgracia por no haber sido reconocido y, con la humareda y lágrimas en los ojos, uno no reconoce a nadie. Ahí todos los gatos, más que pardos, son blancos. Entonces, perdí el cigarrillo, se lo puse ligeramente en el brazo hasta que me dejo de tomar. Era casi una exploración zombie. 

Sabía que estaba cerca de donde trabajaba mamá, pero mamá ya no trabajaba allí. Entonces, ¿qué hacía allí? Pues nada, solo me gustaba correr supongo. Había una persona que no hacía más que mirar a los lados, casi sin entender que era todo ese humo, ni lloraba o al menos no lo hacía hacia afuera. 

- ¿Por qué lloras? me decía, y yo sin entender de donde era gracias a la sirena y los mamaguebos sonantes que pasaban. ¿Por qué lloras? repetía y repetía.

- Supongo que por ti, porque no lo haces. Le dije yo. 

Ella estaba en medio de una confusión absurda y quizás el no entender que hay cosas más allá de manifestarse. 

- Yo me llamo Ana y aparecí aquí como ese humo. Toma, tápate. Me acercó una blusa perla con la que me dejé tapar. 

- Supongo que gracias. ¿Qué haces aquí? 

- Ni sé, solo pasaba. Yo ni de acá soy, pero respira, respira, respira... 

Y cuando volvió a salir esa humareda, Ana había desaparecido dejando tras de sí ese humo blanco que deja la colilla de cigarro cuando es de noche. 

Solo escuchaba el sonido de la sirena y un respira tenue que se fue agravando con el paso del tiempo. Un breve golpe en el pecho. 

- Respira, respira, respira. Era mamá y su sombra, con una carita pálida blanca luego de encontrarme en medio de la pelea. 

Ni pregunté donde estaba, ni que hacía allí. Se movía hacia algún hospital y yo me levanté sin éxito en busca de alguna Ana. Les pedí a gritos bajar, la pulsión de mis pulmones en un grito ahogado, hizo que me dejaran bajar en camino a mi casa. Mamá asintió a los demás. 

- Me asusté mucho, arengó mamá, no respirabas. 
- ¿Dónde estuve? 
- No sé, solo me marcaron de tu celular. 
- Bueno, un problema más. Aquí ya no se puede, siempre un humo, una humareda. Menos mal que estás bien. 
- Sí, respondí con cierta vergüenza.
- Pero, prométeme algo... 
- Sí, murmuré de nuevo.
- Que si... 
- ¿Que si qué?
- Que si vas meterte en problemas...
- Mjm...
- No vayas con esa camisa tan perla que no te queda. 

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