Con la frente marchita

Aquella vez Manuel decidió no volver a mirar atrás, tomó el pastillero, el bolso con parte de su ropa y escapó por la ventana para que sus padres, profundos en sueño,  no se enteraran. Prendió el mustang y arrancó hacia un sitio que el mismo desconocía. Solo su madre salió a despedirlo en forma silenciosa, sin que él se diera cuenta, a través de la ventana. El padre roncó aún pero no más que el auto.

Antes de iniciar el camino, miro hacia cualquier dirección, tenia que decirse entre los 390 y los 500 kilómetros que marcaba el letrero. El número exacto de la segunda ubicación fue el mejor lugar a donde podía llegar.

La carretera era siempre una línea recta infinita. La madre volvía siempre viendo a su cuarto monótono y vacío. Los ojos de él destellaban bajo el sol como nunca, cada vez más sonreía al paso de la velocidad. 

Chao, mamá retumbaba en su cabeza. Primero fueron las cachapas del señor José y luego, luego otras cervezas con Manuel el tocayo. Rieron juntos haciendo el maletín para los 250 restantes. 

Manuel el tocayo le invito la primera cerveza y luego otro, a ver que pasaba. La mirada estaba perdida soñando en ver que descubría en el paraíso desconocido. ¿Adonde vas? Le dijo. No olvides el pastillero, recordó, como casi siempre wuenle daba asma.

Manuel tocayo le tocó la entrepierna y el asma venía de la nada. No reparó nunca en saberlo si eran sus ganas u otra mentira. El lo supo y recordó a su padre roncando y a la madre en la ventana. Aceleró hasta escuchar el motor para callar sus pensamientos. Luego se detuvo ahí mismo y la furia eréctil le dolía en los pantalones apretados. 

El tocayo lo besó en la parte de atrás del cuello y sin otro propósito sintió como si esa fuera la última cosa. Sintió la nuca fría y sudó como si un fantasma le hubiera atravesado la sien. Al lado de la carretera sintió al padre roncando mas fuerte y mas lejano, recordó a su madre tocando el vidrio silenciosa, a la misma hora de siempre. 


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