El hacedor de cuentos

Hola, Luis Enrique.

Te escribo hoy porque es tu cumpleaños, porque aún me quedan letras, pero, sobre todo, algunos recuerdos por darnos, papá. Porque eras gracioso, mucho o, al menos, creativo. Podemos comenzar como todos los años por una.

Hay cosas que no se olvidan, o más bien que se esconden con mucho recelo y salen de sorpresa cuando menos lo esperas. Salen como si algún día hubieran estado jugando contigo a las escondidas y se te olvidó que lo hacías y, con el paso del tiempo, él no creció, sino que se mantuvo ahí resguardado esperando a ser encontrado. Es culpa del recuerdo también que no sabe jugar. 

No todo llueve sobre mojado, Luis, pero de lo que me acuerdo la última vez es que salía de la piscina. Inundado, luego de hablar con mamá, me pediste que me cambiara. Hay que irnos pronto, hazlo acá te envuelvo con esta toalla. Mientras me ponía la nueva ropa, lo vi bien, él bajo el sol incandescente de Caracas, arremolinaba la tela mojada. Toma, guárdala. Seca, más seca que nunca. Bueno, no tanto, lo más seco que yo habría podido hacer con mis pequeñas manos de 7 años. Era seco a más no poder. Era como si en sus mismas manos hubiera tenido una secadora. 

Sin embargo, de esta anécdota, lo que más me sorprendió no fue su fuerza, ni su capacidad de convencerme para irnos, ni tampoco la forma en que siempre quería andar lo suficientemente de punta en blanco (aunque irónicamente era negro), llamó a un bolero para que le puliera los zapatos en donde estábamos nadando.

Lo que más me sorprendía de papá era su capacidad de saber contar historias de forma tan rápida, de una forma tan atractiva, ya sabemos por qué lo demás es historia. 

- Oye, papá.
- ¿¡Qué!?
- ¿Cómo hiciste para que no se dañara si se mojó? 
- ¿Qué? 

Señalé el reloj, uno dorado y circular que, a pesar del agua, dejaba que el segundero avanzara. Él rió y como en un acto iluminatorio, ahora, me imagino, como palabra a palabra se iba formando en su cabeza hasta poco a poco irla soltando.

- ¿Qué? ¿Esto?
- Sí, ¿cómo sigue avanzando?
- Te cuento. Ahora los relojes pueden resistir muchas cosas, demasiadas, diría yo. Una de esas es el agua. Este reloj, este reloj, no solo fue probado con y por agua, fue aprobado, avalado por las mejores aguas del mundo, de todos lados. Oleajes y avalanchas provenientes de aguas marinas, saladas y dulces. Todas juntas. Todas que hacen a este reloj no solo un reloj, sino el mejor de los relojes, desde tiempos ancestrales. Pero ¿sabes qué es lo mejor de este reloj?... 
- No, ¿qué?
- Que fue probado en un lugar lleno de historia y misticismo, el Mar Negro. Por eso cuando me lo pongo me vuelvo así, negro como las aguas de ese mar donde fue probado. En realidad, yo soy así, blanquito, blanquito como tú, pero, bueno, me gustó este reloj. Me sedujo. Por eso es que logré que no se dañara.

(silencio)

- ¿Y por qué no te lo quitas? 
- No sé, porque me gusta. 

Este cuadrito representa
el color de piel de papá

***

Otra santa vez, fuimos a ver un partido de fútbol en su casa, jugaba Alemania contra Colombia. A mis casi 7 años grité, Vamos, Clisman (Klinsmann). ¿Y tú por qué le vas a Alemania? Porque Luis (mi hermano) le va a Alemania. ¿Y qué? Que juegan bien. No, nada que ver. Tienes que irle a Latinoamérica. Mírale el pelo a ese (Al pibe Valderrama) Venga, Colombia. 

No recuerdo bien cuando fue, pero Alemania y Colombia solo se han enfrentado 3 veces en amistosos. Uno en martes (muy tarde para mí) y otro en 2006 (muy tarde para papá).

Intuyo que habría sido en mayo de 1998, un sábado.  Alemania ganaría 3 a 1. Dos goles de Bierhoff, uno de Möller; y uno, casi al final y de penal... ¿de quién? Sí, de Valderrama.  Jürgen Klinsmann saldría del banquillo en el 71. Ahora le voy a Uruguay en los mundiales. 




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