Año 14

Como casi todos los años, le escribo algo a papá cada vez que honramos el día de su partida. Me encontré esta especie de crónica-cuento- mamarrachada que escribí de cómo recuerdo sucedió todo, supongo. Como las pruebas psicológicas, no está completa, ni incompleta; ni correcta, ni incorrecta, es lo que se supone que queda en la memoria de alguien. 

Lo escribí hace siete, catorce años luego de su fallecimiento, lo reencontré a los 21. Parece que la memoria viene en múltiplos de cuarto primo. Nos vemos a los 28, cuentito. Venga...

Un fuerte dolor de estómago lo hizo despertar justo antes de que el teléfono sonara. Al tercer repique ya se encontraba en el baño, con la mano en la barriga, tratando de menguar el dolor que se reducía con alguna podrida escapatoria corporal. Aun estaba oscuro, no parecía siquiera que pronto despuntaría el amanecer. Sin embargo, todos los que habitaban la casa estaban despiertos.

Su madre casi siempre a esa hora estaba en la cocina, lo que le parecía extraño es que lo estuvieran sus dos hermanos. El sueño, que volvía con más intensidad luego del esfuerzo, no lo dejó percatarse de que su hermano estuviera al borde de la cama con las manos en la cabeza cuando ella, su hermana, lo mandó a dormir con un gesto cariñoso. Antes de cerrar los ojos vio el teléfono en la mesa de noche. 

Cuando volvió a despertar, el primer rayo de sol iluminaba la camisa azul que estrenaba desde hace dos meses. Pensó en sus clases hasta las 5 de la tarde y en que aún no había metido el libro de biología usado que compró debajo del puente, así mucho más barato porque los problemas estaban resueltos. Le dio un tedio increíble pensar en esa clase y quedarse hasta tan tarde cuando de vuelta a casa la luz del ocaso pesaba más y era más triste. Al salir, la madre le dio dinero, dos empanadas y un jugo, le dijo. Al verla a la cara tuvo otro retorcijón en la barriga. Quería quedarse pero no pudo, su hermano ya lo esperaba en el carro, así que buscó un poco papel sanitario y se lo metió en el bolsillo, porque en el colegio, luego de dramatizar muy bien las ganas para poder escaparse del salón, había que ir a la coordinación a buscar papel para luego correr hacia el baño, que te vieran cada uno de los salones, sudando, caminando sin tregua.

Si ya de por sí eso era deshonroso, peor era si se hacía en los pantalones entrando a la secundaria. Todo eso se le vino a la mente cerrando la puerta y pidiendo la bendición. Lo último que vio del departamento fue el teléfono inalámbrico descolgado encima de la mesa, el repique del aparato antes del alba le pareció parte de un sueño.

El camino hacia fue silencioso, no quería hablar porque su estómago desataba una furia interna, estaba ocupado. Mientras su cabeza trataba de recordar qué le cayó mal de la noche anterior, su cuerpo trataba de no relajarse demasiado en sus calzones blancos. El bajo del equipo daba miedo a su intestino delgado, en la puerta del colegio se fue corriendo, si a eso se le puede llamar así. Estuvo media hora allí, encerrado en el cubículo sanitario, aunque había llegado temprano nadie pudo dar fe y él no quería dar demasiadas explicaciones a la secretaría que aparentaba ser chismosa.

Asumió su tardanza y entró a clases a la mitad con un profesor de mirada tan inquisidora que lo hacía temblar de nervios mientras buscaba su asiento. Allí estuvo, sin que nada más pasase, sin dolores y sin atención a la pizarra. Resolvió mirar por la ventana. 


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