Dogs Day

"...once you fell in love with her,
you loved her until the day you died"
Paul Auster, Tombuctu


El día que me fui del país cerré la puerta y te dije, ya vengo. Tú lo tomaste normal y te fuiste corriendo a tomar tu pelotita, a dormir o a lo que fuera. Yo cerré la puerta como creyendo que sí, que pasaría, pero no te vi más. Desde ese día supe que no te volvería a ver, no en físico, pero siempre conmigo.

Todos saben que soy un desgraciado sin corazón, hasta yo mismo lo sé. Sin embargo lloro con la respiración entrecortada con las películas de perritos: Hachiko, Marley o cualquier otra; incluso hasta con la del zorro y el sabueso.

¿Por qué? No sé. Me parecía injusto que solo ellos, que solo daban alegría o fidelidad, duraran tan poco, si hubiera tenido que pedir algo era ralentizar su vida y también quería menos películas de perritos. 

No hay tal cosa entre los perros buenos o malos, están, existen, de acuerdo al comportamiento de su humano; ellos hacen lo mejor que pueden: no es el burro sino quien lo arrea.

Sasha vino a hacerle compañía a la otra perra que vivía en casa. Eso me hacía rechazar la idea. No podemos tener otro perro, el amor no se puede compartir me decía, pero cuando la vi bajar del coche, chocar contra otras tres llantas estacionadas, comiendo pasto, era una oveja negra, literal, pero eso lo contaré más adelante, la vi tan tonta que dije, sí, nos la quedamos. Aunque ya era una decisión tomada.

En los primeros tres meses se llamó: venconpapi, nada de sasha, y jugaba a morderle las patas a la otra perra y a comerse la parte de abajo de las chanclas sin que la gente se diera cuenta. 

Sasha venía de una estirpe de una poodle y un pilluelo pincher que se metía en casa de mi prima, lo que la convirtió en una cachorra más parecida a un estropajo entre negro gris y marrón, un ewok mínimo que aullaba finito, que a un perro.  

Sí, Sasha, como para ponerse a debatir con una amiga el porqué de haber elegido ese nombre si yo sabía que se llamaba así, se molestó. 30 segundos después le repliqué, no, es que es Sascha con una C intercalada. Mentira.  

Hay algunas anécdotas que driblan su curso temporal y animoso, aquí les va:

Sascha es merideña, es decir de Mérida, pero de allá, de Venezuela, volvíamos a la casa de donde había salido, un hogar de tres pisos que tenía un nacimiento enorme, con puertas de vidrio que permiten ver lo que pasa adentro, a las otras dos familias que viven allí. 

Allí vivía su mamá, su papá ni idea. Lo cierto es que cuando su madre "muñeca" y sascha se vieron se gruñeron y de un instante a otro, una tiró a la otra, y empezó a lamerla como en acto de reconocimiento instintivo. Era imposible que lo fueran, imposible que fueran hija y madre, pero lo eran. Quedó demostrado. 

Los primeros días Sascha no sabía como bajar las escaleras y pata a pata tuve que enseñarla. Eso me ayudó a que no se separara de mí, ni siquiera en la mayor de mis ebriedades, y tiempo después a descubrir que tan bien había aprendido que los de la casa de enfrente empezaron a preguntar: Ey, acaso las ovejas de ese nacimiento se mueven. 

Sascha había empezado a probar las mieles del musgo merideño, no se si por su onda trip o lo que fuese. Eso la dejó más propensa a un pelo de rastafari y a que se le montaran encima cualquier tipo de bichos, garrapatas, sobre todo. Era intolerable y aunque nos gustaba verla con sus dreads, ya era tiempo de tomar una decisión, era por sanidad. 

Sascha había llegado a casa siendo una bebé, era negra, negra, bueno, morena y no sé por qué, al volver de la veterinaria, mi hermana nos trajo una Sascha blanca, pelada como un ratón de laboratorio. Mi hermana asegura que solo la identificó por su doble diente, así que nos acercamos y, al menos, parecía. Así que, otra vez, fue una decisión tomada.  

Era muy tonta, tengo que protegerla. Guerrera como nadie, pasó cada todo un día con la boca abierta, con hueso entre su paladar. No sabía como sacárselo, evidentemente; así que cuando se lo sacamos saltó de la cama y huyó, como si hubiera hecho algo malo. 

Se lesionó las patas porque se creía contorsionista. Era chihuahua pero no tanto. Peleaba contra palomas, pero no tanto; al acercarse huía. Era bien rebelde cuando alguien estaba para protegerla, como todos. Comía la borra del café y hábil como los más pequeños: 

Mientras esperábamos al técnico del cable y preparábamos la mesa, ella solo aguardaba el momento. En ese entonces mi expareja preparó un sandwich y solo volteó un momento a abrir la puerta, escondió bajo su puf favorito el desayuno ya hecho. Vimos como sonreía, lo supimos.

Era mi snooze porque no dejaba que entraran a molestarme y mi alarma cuando ya había hecho el desastre, es decir, mamá gritando, ¡Sascha por Dios! porque había hecho algo que no le gustaba. Sabía que tenía que pararme, bañarme y correr. Se subía sobre el equipaje esperando a que la metiéramos entre las medias o que, sin más, no nos fuéramos. Así pasó con la última caja que embalé antes de irme. 


La última la que más recuerdo fue con mamá. A Sascha había que operarla, tenía un quiste como de 4 centimetros y su cuerpo es como de 16. Era urgente. La doctora nos había advertido: aquí hay perros sanos que salen muy mal, pero con esta lo dudo, la veo bien, ni chilla. 

La operación no duraba más de 3 horas, había que llevarla en la mañana y ahí mismo la devolvían. Mamá estuvo ahí en todo el proceso, pero ella que, a veces no sabe que hacer cuando se aburre, me llamó para decirme: Leo, no sabes qué, en todo el rato que he estado aquí, han sacrificado tres perros y dos gatos, hay algunos que si vienen por cosas menores, pero hay otros que, hijo, no sabes. La gente llora y llora. Es doloroso. Mamá. ¿Sí? ¿Y nuestra perra? Ah, ya está en observación. Falta que se recupere de la anestesia. Cuelga. 

De eso mil más... intentamos darle el mismo amor que ella nos dio. Era una reciprocidad de la alegría y esta mi forma de decirte que te lo agradezco.

Cuando me fui de Caracas, sabía que volvería, pero no sabía cuando, había que jugar contra un tiempo de apuestas con una desventaja de ocho a uno de edad, pero siempre imaginaba todo igual. 

A ti, Sascha, detrás de una puerta que se cierra, esperándome, como dirían en Marley y yo: los perros buenos siempre esperan. Espérame donde estés que si acaso no me dejan entrar, te mando a Jeva pa que echen el chisme.



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