Otra carta.

Papá, ya han pasado 20 años y las cosas han cambiado un poco por acá, pero no mucho. Tú lo sabes mejor que yo. 

Sabes que, aquel día, sonó el teléfono y nadie hizo alaridos, ni gritos, el silencio era la mejor guardia para la tranquilidad. Muy raramente a mi cuerpo no le da por sentirse incómodo cuando siente que las cosas no van bien, digo, como la gente que tiembla, que sueña, que imagina sino que empieza a volverse cada vez peor, más escatológico, por no aclarar demasiado.

Y te fuiste salvándome del que creí era el peor de los lugares, la clase de biología, a sabiendas todo podía ser peor. Leo, te vinieron a buscar. Y aunque lo intuí, salí bajo la mirada de los demás que se quedaron viendo una clase sobre mitocondrias. No estaba más nadie sino un amigo de mis hermanos que luego se volvería poeta y que, muy hábil para las palabras, tartamudeaba cuando nos acercábamos a algún lugar. Papá, me contó que no es lo mismo jugar en las maquinitas que en una consola, que ahí uno no sabe cómo se va a mover, sino sabe como mover la máquina. En fin, me dijo que el de los caballos era el mejor de los juegos y yo pensé en ti, que a ti te gustaban mucho. Luego, en un último respiro y hazaña pregunté, ¿y ellos están bien? Pues, tan bien como pueden estar y se hizo un silencio incómodo que cruzó todas las avenidas.

Entonces, había gente, había un silencio de quien no sabe qué hacer. Te habías ido, no sé a dónde, ni a qué. Sabía que te habías convertido en un fantasma. Por eso trataba de no estar solo, por si de repente te aparecías, decir miralo ahí está, no se fue, es mentira. Por eso y porque me daba miedo que te aparecieras.

Creo que por pensar más en eso que en otra cosa, fue que no lloré. Entonces veía a los demás apretándose los labios duro, duro y pensé que era la manera correcta, pero no, tampoco. 

Tiempo después me dije - o más bien me di cuenta - de que los fantasmas uno mas bien los busca, no se le aparecen. Y procuré, con toda celeridad, que tú no lo hicieras. Porque con lo negro que eras en la noche no hubiera podido distinguirte. 

Por eso, a veces te pido demasiado para que no te aparezcas. Para que sea donde estés te lo pienses dos veces porque la lista seria mas larga si te veo. ¿No te has imaginado que me diría un niño a Santa si lo viera? Ahí tienes la respuesta. Igual yo sigo anotando mis cartas cada día para que tú digas: no, la pinga. Como las cartas de béisbol sin álbum que te pedí una vez.

Papá, 20 años se dicen que no son fáciles, pero tú te fuiste antes para hacerlo que pareciera. Te me volviste un héroe que, como a los juguetes, uno le va creando historias y tus cuentos, aún más. 

Recuerdas cuando te pregunté por qué eras negro, me dijiste que era por el reloj, que fue probado en el mar negro y que desde que te lo pusiste te quedaste así 

Papá, acaso uno extraña ese tipo de historias, pero para eso existen, supongo. Para contarselas a los más pequeños. 

Tanto la tristeza de los adultos, cuando le contaba de chico, que estabas en El Cementerio, la zona de tu casa; como cuando era adulto y le contaba que estabas en el cementerio, y me decían, que tenía un buen mercado.

Papá, nos gusta tu rara compañía desde hace 20 años. A ver si si te pido menos te apareces.

Y aunque aquel día mi cuerpo resiente todo desde su centro, es decir, desde el estómago, terco como soy, me fui pidiendo un chili con bastante frijol.

Que aquel sitio donde te vi por última vez, muy sacro y santo, terminó volviéndose un lugar de apuestas que bien o mal yo dije, era mejor ahí, y seguramente también pensarías que sí.

SALUD. Suerte y gaceta hípica.

No te extraño, negro. Te ladillo,mejor. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ahí te va

Felicidad inmediata y no tan clandestina