A Robin Willams


Esto es un homenaje personal, no una necrofilica. Una reconocimiento propio que se transmuta por lo que uno no sabe. Seguramente, algunas personas tendrán una profunda devoción por Robin Williams –desde sus stand up hasta ahora–, a mi me llegó justo cuando desapareció, o cuando aún las noticias de su muerte pululan para darle más amarillismo a la muerte. Con Robin pasa lo que pasa con las mejores personas de tu vida, descubres que fueron importantes en retazos. Pasó conmigo en las películas, ahorita que lo recuerdo, he visto más de él que de ningún otro actor. Como un niñio

Acaso mi primer recuerdo fue ver a una viejita barriendo y cantando con la gracia de la juventud, de él entendí que la maravilla de ser padre salta cualquier valla para evitar el fracaso de la pérdida absoluta. Que recitara sobre los escritorios Oh! Captain my Captain, volcando mi afición a la literatura. Siempre ¿Dónde iría a parar Robin? Así, una y otra vez, la imagen se remarcaba sin querer, como un padre incolume a la trastienda infinita.

Se deshizo del dolor para volverse niño en Jack, capturando pedos en latas, y también para hacer de un Patch Adams que libera endorfinas. Recordó que crecer no era una herencia impuesta cuando derrotó a Dustin Hoffman siendo un Peter Pan ya grande y se mantuvo vivo después de que un tablero de juegos lo mandara a la selva. Transformó la visión del pasado, marcó las teorías de Asimov y logró enamorarse siendo de cartón en un Hombre Bicentenario. A ver, pero no solo eso, no solo nos sacó (son)risas, su histrionismo nos llevó hasta tal punto de tenerle miedo en One Hour Photo, cuando era rubio y casi calvo. Sorteó algunos papeles de cura y otro de un padre que recorre el país en trailer hasta llegar a ser un muñeco de cera de Teddy Roosevelt muy sapiente y enamorado. Era un genio, literalmente. Un genio de lámpara de Aladdin, literalmente. Un pinguino con gracia, literalmente.

Un extraño que viaja al infierno, como un dante reeditado en nuestro tiempo. Un científico con el invento verde del siglo. Una casa también puede morar en el averno, sí se está bien acompañado. Así el polifacetismo.

Como uno ve a los mejores amigos, de repente en su pasado, así lo terminé por ver en Mork and Mindy una de las primeras cosas que hizo para televisión. Un marciano que vino a explorar la tierra y que no comprendía muy bien su sociablización. Acaso por eso se fue porque siguió sin entendernos. Hay que verlo así, como un marciano que ha vuelto a su planeta y que dejó más de lo que en comunicación pudimos ofrecerle.

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