Pelo Malo, al fin.



Hace casi ocho meses, Pelo Malo, la película de la directora venezolana Mariana Rondón se llevaba el premio en San Sebastián y una vorágine mediática la envolvía. Bajaron las aguas de la mediatización y su film adquirió una fama a lo chico de Rumble Fish, un talento que coquetea.

Pelo Malo juega con muchas alusiones, paralelismos pero no de realidades sino de ejes temáticos que se abordan desde una misma historia, tan banal como el pelo, la apariencia, tan profunda como una mirada dura, que se marca como un trazo de violencia, una herida en el paso del tiempo.

La relación es en dos direcciones, una especie de descubrimiento latente entre el reconocimiento de signos de la infancia y la improvisada manera de crianza de una madre soltera. Ella, en un microcosmos de representación de la ciudad caraqueña, es una especie de lo que somos "un mientras vaya viniendo vamos viendo" un desconocimiento latente, una injerencia inoportuna que está signada por la dejadez y la capa acérrima de lo cotidiano.

La madre tiene miedo a que su hijo "no sea heterosexual" y lo improvisto se torna en el desconocimiento, en la irracionalidad de lo correcto. Ese miedo que colinda con la tristeza que me atrevo a citar de "el cielo ha vuelto", de Clara Sánchez: "El miedo es caníbal, se alimenta de la inteligencia, la devora y no te quedará suficiente para aprender y existir en toda tu plenitud". Sí para Deleuze y Guattari el padre es política, en  Rondón, la madre es ciudad.

Pelo Malo es una forma de entender al contexto, no como Caracas sino desde esa especie de personajes que desconocemos, irrelevantes para nosotros porque proceden desde la inopia. Se repiten patrones, no es una moraleja, más bien es un espejo del comienzo de lo que podía y puede pasar; el puntapié continuo de entender a la sociedad volátil a la particularidad del microcosmos abigarrado donde está contextualizada, todo parte desde un mismo caudal, entendiendo al desconocimiento como una forma superviviente.

Como los bloques caraqueños del 23 o Simón Rodriguez, que son una multicromática composición y multiplicidad de almas en un mismo concreto, está hecha esta película, de imágenes infinitas que dejan en suspensión la tensión como la anticipación nerviosa de algo terrible por suceder.


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