IRse

Dijo Ariel Rot "el tiempo hizo lo suyo (...) gente que se cruza para no volverse a ver"

Entonces, te das cuenta como el mundo va evolucionando rápido y sin pedir permiso. Que las llamadas son escasas y el tururú ya no suena. Un día era la ruta y al otro el silencio, rápido silencio que se fue transformando en gotas de agua y alcohol. La gente que se quedó es como un letárgico muerto sin descanso, con la cabeza pensadora y con la ligera ilusión de que para ellos todo es descartable.

Entonces, el tururú vuelve a sonar y el reconcomio de lo desconocido, como una nota de una escala desconocida que pasa a otra y se transforma en saliva y cemento. A veces se espera el tren cuando la antesala se ha llevado el humo a lo mas necesitado.

Entonces, extrañar ya no es necesario y por eso se actúa. Se actúa dos veces creyendo ser el que uno era antes cuando la gente ya ha cambiado. Un cuento nuevo que la historia dijo que tenía algún final pero las ruletas, como la de los parques siempre consiguen el mismo puerto: azul, amarillo, rojo, verde y luego el piso; el piso 10 veces.

Los tabloncitos de madera siempre dejan alguna astilla enterrada entre las nalgas.

¡Te quiero! le dije sin decir. No sea que se piense otra cosa.

Entonces, como desde los primeros pasos de primaria, casi como si hubiera sido el hijo único de un militar que se iba de puerto en puerto y cambiaba a su vástago de escuela, nunca supe adaptarme, o más bien, me adaptaba demasiado. Lo que nunca supe fue a desadaptarme sin saber como estar feliz con eso.

Entonces, dejo el trago encima de la mesa y no volteo a ver. Peleo con uno o dos borrachines a lo lejos que también levantan su copa. Estoy triste porque también tengo que dejarlos y retomarlos mañana, aun así no me creo ninguno de ellos pero lo soy. Tomo un traguito mientras voy a casa: saludo a lo beisbolistas -sofbolistas-, a los borrachos de la otra barda, a la señora que siempre acaricia su gato en la ventana. Con sus pasiones desmedidas: la pelota, la botella, el gato.

Entro al espejo y reconozco en el espejo del ascensor que ese no soy yo. Me pregunto a donde habrá ido aquel amigo con el que solía jugar a la pelota. A ese lo mataron me contesto. Luego sé que olvidé a ese de la ventana siempre prendida en la computadora, sé que no pero el mira hacia otro lugar y me lo imagino con los ojos cerrados, muerto. Quizás del otro lado piense lo mismo. La diferencia es que yo lo imagino con saco negro dentro de un cajón y él, en su romántica existencia liberal, con mis ojos puestos en la pantalla haciendo nada, autómata.

Por eso nos perdimos porque quizás nadie murió, se avivó la música.

Entonces, una maleta, casi en el derrumbe de un último viaje, anuncia otro, otro y otro. La paciencia física es un suplemento de los aviones. Desangro lo último de una botella de vino y tomo el primer vuelvo a Bagdag en mi imaginación. Ahora solo viajo a Turmero. Ya pienso en los amigos que perderé. Mejor quedarse sentado andando, que creer andar en un viaje virtual e informático.

Mejor quedarse andando y la maleta del viajero es como una ansiedad: busca vaciarse para encontrar otros lugar de donde recoger. Un turista es alguien que desconoce o que se conoce lo suficiente para sentirse desconocido porque aburre.

Ya son las 6 y quedan dos estaciones.

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