No caminamos mucho, pero el sol hacía todo más difícil. Sin embargo, Tepoztlán hace todo más ligeramente más bonito, excepto el restaurante ese que desbordaba reggaetón por todos lados, apenas a las 10 am. El queso poco disfrutado, casi pasado, pero la chela fría deliciosa muy a tono con el reggaetón antes del mediodía. Luego de salir, me tomé una foto de broma, pero cuando se gritó rico, la rey-na volteó hacia el lente, por no decir que posó.
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Felicidad inmediata y no tan clandestina
Habíamos pasado por la oficina del libro par de veces, pero siempre había alguien en la entrada siempre cerrada, siempre barriendo. Y cuál La Molicie me arrepentí de entrar, el olor de los libros nunca es buen aliciente para alguien que tiene déficit de atención y mucho tiempo más por leer. El primer día fue único y necesario para terminar de olvidar esas fotocopias de un libro que Isabel, mi amiga universitaria, nunca quiso volver a prestarme. Se estilaba, las joyas que Roberto Martínez nos hacía leer, por lo general, nunca las vendían en Venezuela. Así repasé, en par de días: Los gallinazos sin pluma, Silvio en el rosedal, La molicie todo pasaba con gusto y entraba con más por los ojos y se te clavaban en la cabeza por días. Empecé a obsesionarme. Luego, candidez, inocencia y sinceridad de su decálogo para noveles escritores, que no estaba en ese libro, en esas copias, fue donde terminé cayendo en internet y por lo que terminaron odiándome cada vez que algún amigo me pedía le leyera
Ahí te va
Algún día, en algún momento te darás cuenta de que gritar, vociferar, insultar es (querer) llamar la atención, pero incluso hay lugares más lindos para hacerlo, fíjate que, por lo menos a mí, en vez de que se me reviente el tímpano con insultos o indirectas, preferiría que me lo pusieran en un cartel en el cielo, ¿te acuerdas de lavar los platos? ¿No? No gritar, gritar aleja a quien sea, se grita de lejos para acerca y de cerca para alejar.
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