El dia en que me convertí en sicario


El día en que me convertí en sicario
A Gely, para que crezca

Me despertó. Había entrado a la casa por la ventana buscando una niña y a otros dos varones más. No usaban lámparas, ni pistola, ni siquiera un cuchillo, era él y un destello de luz que bailaba alrededor de su cuerpo, quizás una luciérnaga. 


Traté de espantarlo, de llamar al 911 pero él me convenció de que no era necesario, todo se solucionaría solo con conseguir a la familia. La cosa se puso grave cuando me amenazó que si esa gente no aparecía él estaría perdido como otros tantos que necesitaban a la niña. Intentó golpearme, darme patadas y otras tantas cosas, cualquier invención de un efecto psicotrópico.
Soy nuevo en Londres, digo sustancias alucinógenas porque nadie llega a tu casa vestido en mallas verdes pidiendo ver a alguien que le enseñe a volar. En tiempos modernos, la única forma de elevarse de algún modo es con marihuana u otra cosa. Alguna yonkie o jíbara debía ser aquella “personita” que buscaba y que lo había hecho meterse en problemas.


Al percatarse que nadie aparte de mí vivía allí, el hombre (cito) de traje verde señalaba a la luciérnaga y entre sollozos desesperados alcancé a escuchar un “…Bell”. Entonces entendí todo,  éste realmente sufría alucinaciones, supongo yo, por culpa del famoso té. Él, entre lágrimas, me decía que sabía volar y se arrodilló en el suelo con las manos en el rostro. Le dije “I do not believe” (no te creo) y fue allí cuando el brillo de la luciérnaga desapareció como cuando una brasa sale de un cigarrillo. Quedó impávido de rodillas en el piso derramando la tristeza que aun le quedaba. Lo agarré por el cuello y lo saqué de mi habitación, por el mismo sitió por donde entró, por la ventana. Luego, volví a dormir, como si un sueño me hubiera corrompido otro.


Aún en la calle lo veo, el tiempo ha pasado tan rápidamente que sus ropas ya no le quedan. Recostado en una pared, con una lata en mano y un cartel, pide por su propia alma. Algunos lo reconocen detrás de la barba que le cubre el rostro, le gritan desde lejos “Peter” y el sólo le da una inhalada a su cigarrillo, observa la brasa que cae con melancolía.

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