Sal

A Margot y alguna Península

Sintiose invadido por un brisita suave que le acariciaba los pies. El rostro se le marcaba con pequeñas partículas de tierra y fue allí cuando decidió despertar, justo después del bramido de la ola. Su atónito rostro de no hallarse en casa chocó contra el de Margot quien desde hace rato vigilaba sus sueños. Él aunque no recordaba el rostro de la señorita sabía que era ella, sabía donde estaba pues allá, a lo lejos, se encontraba el castillo, detrás de una bandada de gaviotas. “Quiero que entres en esta escena” y como un cuerpo sin vida en el agua flotaba a través de las peticiones de la mujer. Se unió a una fila de hombres distintos a él, macizos y musculosos, que le entregaron un garrote y casi sin voluntad empezó a golpear junto a ellos. Así anduvo por un rato hasta que la mísera soledad lo hizo voltear, al contrario de la esposa de Lot, haciendo que los hombres se convirtieran de a uno en montañas de sal. Margot desde el castillete le hacía señas de aprobación, así que decidió acercarse en busca de compañía.

El hombre escaló las montañas salinas, un paraíso visual y un infierno que se inyectaba entre sus poros con el sol. A una distancia prudente dos hombres se acercaban a él, no estaba desguarnecido. Recorrer aquel castigo andante era mejor en compañía, el que alguien escuchara sus quejas harían menos doloroso su camino. La sonrisa que imprimió en su rostro mientras estos se acercaban iba desvaneciendo cuando ambos hombres sacaron sendas pistolas de su retaguardia con un “dame todo lo que tienes”. Atónito el hombre se echó a reír y se preguntaba que podría tener un hombre descalzo y sin camisa. Sacó de uno de sus bolsillos un puñado de sal y la colocó en la mano de uno de ellos, éste se fue corriendo con la codicia en sus ojos. El otro en cambio siguió apuntando y mientras el hombre más excavaba el pantalón menos conseguía un grano de sal. La pistola seguía en dirección a su barriga y consideró en morir de hambre antes que un disparo, así que optó por golpearlo en toda la nariz. El hombre desmayado rodó colina abajo. Así pudo proseguir su camino.

El sol quejumbroso dibujaba entre el vapor otra silueta que se aproximaba, ya en vista de lo acontecido decidió por quedarse inmune, sin reacción. Pistola en mano era el mismo tipo al que había recién golpeado. Buscaba quizás una revancha, pensó. “dame todo lo que tienes” replicó el hombre y entonces él volvió a reír creyendo que su fuerza aun gravitaba, le lanzó un nuevo puñetazo tratando de ahorrar hacia una nueva aparición. Entonces se dio cuenta que la fuerza se le escapa con las huellas que iba marcando en la arena y la sangre manaba fundiéndose con la sal, dejando un rosado que a veces se ve en el mar, de su barriga cuando el proyectil invadió su estómago. Ahí estuvo, mientras veía como el hombre de la pistola se alejaba, hasta que decidió arrastrarse al castillete para verse con Margot. La sal quemaba la herida y prefirió echarse a esperar el fin.

Ascendió llegando al cielo, la tierra iba quedando debajo. Imaginaba la muerte de otra manera y se preguntó si era justo con las otras personas su promoción. Allí estuvo entre la espesura de las nubes y se recostó para mitigar la llaga, que para entonces ya no estaba. Arriba buscó compañía, al menos otro disparo lo llevaría a otro plano, se sintió nuevamente solo. El blanco infinito aturdía la vista y la mente, así que decidió mirar el paraíso postrado a sus pies: El mar, la arena, los paleros convertidos en sal y allá el castillete. Allá se posó su mirada, Margot seguía saludándolo.

Cuando se había acostumbrado a la extraña comodidad, una ola de viento lo arrastró hacia donde estaba Margot, pero sin ella. Estaba dentro del castillete. Una habitación larga y silenciosa adornada de libros fue su destino. En el fondo estaba Margot con uno de ellos entre manos. Corrió presuroso ante ella y al acercarse era otra. Una de cabello negro con una marca exótica en medio de las cejas, sus ojos grandes y vivos se posaron en él. Dejo el libro y lo llevó a contemplar el paso de transparente a púrpura del mar, entonces el no entendió nada, no sabía de colores. La mujer lo tomó entre manos y luego de besarlo replicó “éste es el único lugar donde puedo hacerlo”. El sonrió y recordó que ambos conocían a Roberto por eso se arriesgó en parafrasear “el mar nos vuelve sensuales”.

Y estuvieron sin decir nada, viendo el mar de la península entre una de las ventanas de cárcel. “éste es el único lugar donde habría podido conocerte” comentó él. Y la mirada grande de ella melancólica al paso de otra noche “quizás si el pasado fuera distinto. Si hubieras hecho las cosas mejor” Entonces fue allí que paró en seco, sintió de nuevo una bala en el estómago “si hubiera hecho las cosas bien no estaría contigo” y lo abrazó. Una fuerte brisa quedó entre sus brazos, el cuerpo se desvanecía otra vez en sal. Ahora se sentía como Lot. Había vuelto al pasado, estaba en el castillete en el mismo pasillo sin los libros, al final estaba ella de nuevo. Corrió con más prisa que la vez anterior y decepcionado se dio cuenta que esta vez era Margot “Así son las pasiones en este lugar, áridos y olvidadizos con el viento que corre” le dijo mientras hacía un gesto con sus manos enfocando un cabello negro que destacaba entre las demás figuras. Pues ahora sí la población estaba completa con refinería, iglesia, posadas y lancheros.

Al salir del castillete era otra la vida, la reconoce pues es la imagen que resalta. La ve fijamente, sabe que son sus ojos grandes y su marca entre ceja. Le pregunta por las nuevas cosas y por su repentina desaparición. La cara de sorpresa de ella es el marco de una nueva escena. “disculpe, pero no lo conozco”, reclama. Entonces sin desvanecerse se va. Margot sigue enfocando desde el castillete aunque ya no es Margot. Y ve a todos lados a ver si alguna montaña crece, pero no. Se resigna a tirarse en el suelo y cierra los ojos. Una brisita le acaricia nuevamente los pies y sonríe, la misma escena que había dejado minutos antes se recrea. “coño, pero si estoy haciendo las cosas bien” se dice frustrado mientras camina. Entonces, una voz lo toca por el hombro, el vuelve a sonreír pues alguien sabe quien es, diciéndole “déme todo lo que tiene”

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ahí te va

Felicidad inmediata y no tan clandestina