Habíamos pasado por la oficina del libro par de veces, pero siempre había alguien en la entrada siempre cerrada, siempre barriendo. Y cuál La Molicie me arrepentí de entrar, el olor de los libros nunca es buen aliciente para alguien que tiene déficit de atención y mucho tiempo más por leer. El primer día fue único y necesario para terminar de olvidar esas fotocopias de un libro que Isabel, mi amiga universitaria, nunca quiso volver a prestarme. Se estilaba, las joyas que Roberto Martínez nos hacía leer, por lo general, nunca las vendían en Venezuela. Así repasé, en par de días: Los gallinazos sin pluma, Silvio en el rosedal, La molicie todo pasaba con gusto y entraba con más por los ojos y se te clavaban en la cabeza por días. Empecé a obsesionarme. Luego, candidez, inocencia y sinceridad de su decálogo para noveles escritores, que no estaba en ese libro, en esas copias, fue donde terminé cayendo en internet y por lo que terminaron odiándome cada vez que algún amigo me pedía le leyera
Me gustó mucho, Leo.
ResponderEliminarLo amé. Yo aún no supero mi terror por el columpio, jamás volveré a intentar (ni de pendeja ) jugar a volar. Muack Leo.
ResponderEliminarLos columpios, los columpios siempre serán mejores que los "subibaja":
ResponderEliminar"son simples como un hueso
o como un horizonte,
funcionan con un cuerpo
(...)
ellos que inician a los niños
en los paréntesis,
en la melancolía,
en la inutilidad de los esfuerzos
para ser distintos,
donde los niños queman
sus reservas de imposible,"
(...)
Fabio Morábito