Banquete de Zamuros


A luz, porque ella también es coqueta

Aquella noche no iba a ser como las otras noches monótonas. Esta vez acostarse mas temprano era necesario, la comida no abundaba en ninguno de los lados y en el lugar de costumbre otros le habían arrebatado su comida, así que con el estómago vacío volvió a su esquina (que también era de costumbre), hedionda a meaos, quizá mejor así, era una calefacción natural, pero a fin de cuentas era su esquina, algo en este mundo le pertenecía por ley de la naturaleza. Antes de cerrar los ojos para apresurar la mañana pasó por donde algunos colegas, -allá viene "el picaflor"- gritaron, era tuerto y si lo veías desde un ángulo específico parecía seductor, por eso el apodo. Algunos auparon su llegada, otros, con cerveza en mano iban alejándolo, no era solo su ojo, era también su olor, ése, de calefacción; estaba entre amigos, compañeros y uno que otro allegado, nuevos ebrios que se acercaron de otros lados, pues ese día las licorerías cerraron a las 3 p.m. y la fiesta en este barrio estaba encendida, así que algo comería, unos pinchos, una carnita asada, algo esperaba en silencio, acompañado y solo, cada quien en su propia irrealidad alcohólica. Él no, no había comido aún.

Se sentó en las escaleras con un hombre blanco que lo miraba de reojo y ponía mala cara, no toleraba su olor a meaos, ni su aspecto seductor, nadie lo toleraba, pero aceptar las cosas como vienen es una expresión de cariño, o al menos eso asumió él, así como con el tiempo también lo hicieron todos lo demás; la ausencia de su ojo derecho fue por un lío de faldas en una ocasión casi similar, defendió a quien fuera su camarada, no tenía opción, pero por cosas del alcohol (y de una pistola también) perdió el ojo y a su amigo, tres disparos en la cabeza. El hombre del revólver salió sangrante pero se salvó, feas heridas hechas casi por un cuchillo en tórax y brazos lo hicieron correr de allí. Ahora, el ojo o la ausencia de el, en el peor de los aspectos era símbolo de valentía y fidelidad, nadie lo juzgaba por ello, era galante. Si hubiera tenido los dos su relación con las hembras hubiera sido casi el doble, la bala hizo que hiciera mas efectiva su puntería amorosa.

Cuando se marchaba a su rincón desistiendo de su plan lo llamaron, unos chicharrones sobrantes de un benefactor le solventarían la cena, ésa que los hombres de naranja le arrebataron lanzando dentro de un camión, la que minutos antes de escapársele había olido y que tanteaba pero hoy pasaron mas temprano, era día de fiesta, lo empujaron a un lado, montaron todo su anhelado banquete y se fueron. Alguien más y de metal se lo llevó, escuchaba como lo degustaba, al pasar una y otra cuadra, el carraspeo de sus bolsas, ese sonido de vidrio que anticipa el amargo sabor a alimentación precaria ahora era de otro, del monstruo al que tanto le temía. Pero ese no era momento de recordar, cuando se tiene hambre no hay muchas otras cosas en que pensar, pensaba sin querer. La felicidad vino en forma de plato y chicharrón, comió, sonrió y con un raro gesto se despidió, ahora su esquina era un lugar para dormir y no para olvidar.

Cuatro cuadras lo separaban de su lugar de descanso, allí lo esperaba el saco de su excompañero para abrigarlo del frío, caminó apresuradamente con el regocijo de estar satisfecho, no tanteó la calle (la felicidad no lo hizo tomar previsiones) y un monstruo (o lo que él creía que lo era) tampoco. Éste era tamaño estándar, no como el ladrón de algunas cenas, venía corriendo hacia él apuntándolo con sus ojos enceguecedores, igual que en sus peores pesadillas dónde quedaba petrificado al mismo estilo de la propia medusa y que lo hacían lloriquear en mitad de la noche, sabía que ésta no era una de esas pesadilla, el carro no estaba dispuesto a frenar. Él solo esperó el golpe.

El monstruo hizo un compás sonoro con el gemido de dolor y el caucho al arrancar, el conductor nunca se detuvo a ver, metros mas adelante el cuerpo de "el picaflor" yacía muerto; algunos, apostados aun en la reunión calles abajo percataron el asunto, subieron y se quedaron alrededor viéndolo unos minutos, sus ojos estaban cerrados, como si éste no hubiera querido ser espectador de su propia muerte, no respiraba; nadie sabía que hacer con él y dos de los más jóvenes decidieron apartarlo y lanzarlo en uno de los rincones de basura, su benefactor no apareció. El hombre del auto salía de la escena del crimen con una sonrisa en la cara , aunque no se detuvo por compromiso, una moto hizo que lo hiciera, tres disparos en el lateral del vidrio (y del cráneo) dejaron al hombre muerto en el acto -por morboso- gritó el benefactor, a lo que su compañero añadió -¡coronamos, senda camioneta!- al entrar unas heridas en los brazos le dieron náuseas, así que decidieron dejar el cuerpo unos pasos adelante.

A las 9:18 de la noche del día siguiente el benefactor no apareció por allí, dejó la camioneta en una chivera horas antes, llevaba puesto un saco que olía a meaos, cobró y simplemente no se le vio más. El camión de la basura pasaba a su hora de rigor, el recolector agarró la bolsa (que pesaba más de lo normal) y la lanzó adentro, "el picaflor" yacía en la oscuridad del plástico, la máquina tardaría en procesarlo advirtió el recolector, así que decidieron arrancar así; en la próxima parada el hombre vestido de naranja observó (esta vez sí) un cuerpo grande dentro de la bolsa, no escatimó en género, cara, cuerpo, ni raza; no se haría el héroe, ni mucho menos el detective por el mísero sueldo que ganaba. Dio dos golpes al camión y arrancaron con destino a otras descomposiciones.

Los cuerpos inertes ahora estaban uno al lado del otro, víctima y victimario corrieron con la misma suerte, estaban sufriendo el proceso de ser digeridos por el monstruo de metal, ahora eran parte del banquete que "el picaflor" tanto anhelaba y que le habían arrebatado horas atrás, antes de que salga el sol ambos serán alimento de gallinazos y zamuros.

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